conquistando derechos a golpe de pedal

Una de las imágenes más esperanzadoras de este año tan difícil ha sido sin duda la de la ciudadanía tomando las calles y avenidas principales, con sus bicicletas y ruedines varios, en aquellos primeros días de desconfinamiento. La distopía de la crisis sanitaria, social y política dejaba entrever la utopía de ciudades libres de tráfico y contaminación mostrando que otras ciudades más habitables y sostenibles son posibles. 

Las Asambleas Feministas Abiertas de Cantabria apostamos por el ecofeminismo como uno de nuestros ejes identitarios desde que comenzamos a andar allá por la huelga feminista de 2018. En estos años hemos defendido que una sociedad más justa para todas las personas ha de ser una sociedad que ponga la dependencia de los cuidados humanos y de los recursos naturales, que son finitos, en el centro de la política. Afrontar la emergencia climática a la que asistimos, a la que se superpone la emergencia social derivada de la pandemia, no pasa por abrazar el capitalismo verde o los discursos que aluden a la mera responsabilidad individual sin abordar las desigualdades estructurales. Es desde el derecho a la ciudad para todas, desde donde revindicamos ciudades más sostenibles, pero también más seguras, para todas, también para nosotras.

La bicicleta ha sido un instrumento de resistencia al machismo desde su popularización a finales del siglo XIX hasta nuestros días. Las primeras defensoras de la bicicleta desafiaron las normas sociales de la época al mismo tiempo que se involucraron en el movimiento sufragista. La bicicleta se convirtió en un símbolo de libertad para las mujeres, pudiéndose desplazar de forma autónoma, desafiando las normas de vestimenta[1] y movilizándose por derechos civiles tan básicos como el derecho a la educación, la patria potestad de la descendencia o el voto, entre otros. “La bicicleta ha hecho más para emancipar a las mujeres que nada en el mundo” afirmaba la sufragista Susan B. Anthony en una entrevista en 1896[2]. No obstante, aquellas que osaron desafiar las normas sociales recibieron la violencia y resistencias de la sociedad y, específicamente, del poder médico, desde pedradas hasta todo tipo de síndromes asociados al uso de la bicicleta[3]. Violencia a la que respondieron de forma colectiva formando clubs ciclistas femeninos para salir a pasear juntas como forma de evitar el acoso. 

Si bien pudiese parecer que estas resistencias patriarcales son cosa del pasado, bien pueden trazarse similitudes con algunas situaciones presentes. Como similar es la respuesta colectiva que actualmente está surgiendo en colectivos feministas ciclistas a lo largo de todo el mundo. El machismo que enfrentamos las mujeres que hemos hecho de la bici una buena aliada se traduce en un frecuente paternalismo asociado a los estereotipos de debilidad o de falta de destrezas mecánicas. Además, al igual que ocurría con el control social de las vestimentas de las primeras ciclistas, aquellas que osamos montarnos en bici con nuestras faltas al vuelo, recibimos todo tipo de acoso, que no pocas veces condiciona la vestimenta de muchas mujeres ciclistas. De la misma manera, en los últimos años, han surgido iniciativas y asambleas feministas a lo largo de todo el mundo para revindicar el derecho a la ciudad y conquistar vidas libres de machismo. Estas asambleas organizan todo tipo de actividades, desde talleres de mecánica hasta paseos colectivos nocturnos, no mixtos, participando también en las bicis críticas de muchas ciudades. 

El uso de la bicicleta en nuestro país ha aumentado en la última década, habiéndose reducido la brecha de género, sobre todo en las generaciones jóvenes[4]. Fenómenos como la emergencia feminista y la construcción de carriles bici han jugado un papel fundamental. No obstante, y a pesar de las iniciativas feministas anteriormente mencionadas, las mujeres seguimos participando en menor proporción que los hombres en el asociacionismo ciclista[5]. Sin embargo, las experiencias de las mujeres son de sumo interés en las reivindicaciones del derecho a ciudades más sostenibles y seguras. El uso que las mujeres hacemos de la bici está más relacionado con la movilidad (ir al trabajo o al centro de estudios) y el medio ambiente mientras que el de los hombres está más relacionado con el deporte y el ocio[6]. Además, la percepción de inseguridad es mayor en las mujeres, ya sea por el tráfico o la falta de adaptación del municipio, siendo nosotras quienes más denunciamos la falta de carriles bici[7]. En este sentido, la brecha de género aumenta donde no hay infraestructuras ciclistas ya que son los hombres quienes aceptan en mayor proporción los riesgos de andar en bicicleta sin carril bici[8], fruto de la socialización diferencial de género. Además, la falta de carriles bici aleja a mayores y menores del uso de la bicicleta. Sin olvidar que las mujeres recibimos más violencia que los hombres cuando andamos en bici, sobre todo por parte de peatones[9].

Ahora que hemos visualizado ciudades en las que bicicletas desplazaban a los coches en sus avenidas principales y sabemos que es posible hacerlo, pedimos que las experiencias y las vidas de las mujeres sean tenidas en cuenta. Este 8M, en el que no hemos podido asistir a las movilizaciones masivas de años anteriores como consecuencia de la pandemia, el movimiento feminista a lo largo de todo el Estado hemos optado por seguir revindicando nuestros derechos con múltiples iniciativas que respetan las medidas de seguridad sanitaria. Como feministas que somos, haciendo gala de la creatividad que ha caracterizado históricamente a este movimiento, en Cantabria hemos redefinido nuestras protestas con pasacalles, performances, bicicletada y muchas otras acciones que, por su diseño y estructura, han garantizado la distancia de seguridad sanitaria. 

Porque no vamos a permanecer calladas ante la criminalización del movimiento feminista autónomo a la que por otra parte ya estamos acostumbradas, desde mucho antes de esta de pandemia. Porque somos las mujeres quienes hemos estado en primera línea de esta crisis sociosanitaria, en los hospitales, en las casas, en las residencias y en los supermercados y, sin embargo, se criminaliza nuestro derecho a denunciar el mayor impacto que ha tenido esta pandemia en nuestras vidas en términos de precariedad, desempleo, pobreza o salud mental. Criminalización que únicamente se aplica a quienes mejor sabemos lo que es cuidar de las vidas de otras personas y no por elección.

Por eso convocamos una bicicletada ecofeminista reclamando unas vidas dignas, libres, sostenibles y con derechos para todas. Porque igual que las feministas que nos precedieron, vamos a seguir desafiando las normas sociales, cogiendo nuestras bicis con las faldas al viento y vamos a seguir revindicando en bici nuestro derecho a la ciudad y a unas vidas libres de machismo. Porque somos capaces de imaginar una sociedad en la que, en vez de recomendarnos no volver a casa solas por las noches, mientras educa a los hombres a no violar, incorpora la bicicleta como instrumento de autodefensa feminista para desplazarnos de forma segura cuándo queramos. Las mujeres vamos a seguir conquistado libertades y derechos a golpe de pedal. 

Asambleas Feministas Abiertas de Cantabria

Artículo publicado en versión reducida en el eldiario.es Cantabria el 10 de marzo de 2021.


[1] El uso de la bicicleta por parte de las mujeres impulsó innovaciones en su vestimenta a favor de una mayor libertad de movimiento. Defensoras de los derechos de las mujeres y del uso de la bicicleta como Amelia Bloomer comenzaron a vestir pantalones holgados, posteriormente  conocidos como bloomers, no sin recibir la desaprobación y acoso por parte de la sociedad de la época. Para más información sobre esta cuestión Damas en bicicleta. Cómo vestir y normas de comportamiento (Erskine, 1897) y Bikers and Bloomers. Victorian Women Inventors and their Extraordinary Cycle Wear(Jungnickel, 2018). 

[2] Champion Of Her Sex”, entrevista de Nellie Bly’s a Susan B. Anthony, originalmente publicada en The New York World, el 2 de febrero de 1896.

[3] La doble moral patriarcal auguraba todo tipo de enfermedades a las mujeres que hacían uso de la bici (incluyendo el “peligro” de la posible excitación sexual), inicialmente mujeres de clase media y alta que comenzaban a romper con el mandato del matrimonio y el hogar, mientras las obreras sufrían condiciones y jornadas laborales inhumanas en las fábricas. El artículo “La bicicleta, vehículo en la emancipación de la mujer” (Grodira, 2016) publicado en Pikara Magazine analiza esta cuestión ofreciendo amplia documentación. 

[4] Según el último Barómetro de la bicicleta en España (Red de Ciudades por la bicicleta, 2019) el uso de la bici con alguna frecuencia ha aumentado desde el 38,7% en 2009 hasta el 50,7% en 2019, en el caso de las mujeres desde el 29,2% al 42,8% y en el caso de los hombres desde el 48,2% al 58,9%. La franja de edad en la que la brecha de género es menor es entre la población de 25 a 39 años, seguida de las personas de 12 a 24 años.

[5] El 10,0% de mujeres frente al 18,7% de hombres que tienen bicicleta y conocen una asociación, participan en una de estas (Ibidem).

[6] Esta cuestión es analizada en el barómetro mediante diferentes variables en los apartados de “Hábitos de uso” y “Atributos de la bicicleta” (Ibidem).

[7] Esta cuestión es analizada en el barómetro mediante diferentes variables en los apartados de “Frecuencia de uso” e “Infraestructuras ciclistas” (Ibidem).

[8] Como muestran las investigaciones de la profesora Rachel Aldred de la Universidad de Westminster.

[9] El 23,0% de las mujeres que utilizan la bici con frecuencia se han sentido acosadas o agredidas al ir en ella, frente al 18,7% de los hombres (Red de Ciudades para la Bicicleta, 2019).

Fotografía de Sara Núñez (@damita.jo)